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María Callas, la "Prima Donna" que nunca pudo ser feliz-Audios

12 may 2017

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Idolatrada como una saceserdotisa"La Divina" tuvo una vida signada por el desprecio y el abandono.Hoy Tendria 94 años

Fue la número uno del bel canto, la prima donna más aplaudida, la diva de los escenarios. Por eso le decían "La Divina" y hasta era idolatrada como una verdadera sacerdotiza. Sin embargo, su vida fue una combinación de cuento de hadas y de tragedia griega. Conoció la adversidad desde que llegó a este mundo en Nueva York, el 2 de diciembre de 1923. Cumpliría hoy 90 años, pero es cierto que María Callas se ha ganado la inmortalidad de por vida. Empezando porque el tiempo ha jugado a su favor. Ninguna cantante, -no es una exageración, ninguna-, ha sido capaz de sustituirla o de emularla.
 


Ana María Cecilia Sofía Kalogeropoulou -conocida por todos como María Callas- fue una mujer acomplejada, solitaria e infeliz. Niña no deseada por sus padres -que esperaban un varón- tuvo una infancia realmente desdichada, a diferencia de su hermana, la bella Jackie. Cuando nació, su madre no quiso verla durante un largo tiempo y, después, siempre la ignoraba. A los 15 años pesaba más de 100 kilos, era miope y tenía una nariz enorme, brazos larguísimos, muslos generosos y cejas selváticas que la acomplejaban. 

 

Con estas preocupaciones atravesó la adolescencia, hasta que se refugió en la música. De la mano de Elvira Hidalgo, la famosa soprano española, modeló su voz, adquirió confianza y adelgazó. El patito feo, convertido ya en un cisne, debutó con "Tosca" de Giacomo Puccini, en la Ópera de Atenas en 1942. Casi de inmediato, conquistó al público; no sólo por su portentosa voz, sino también por la teatralidad que daba a sus personajes. 

En la Scalla 

A los 24 años se presentó en Verona (Italia). Allí conoció al empresario Giovanni Battista Meneghini, a quien confundían con su padre por ser 30 años mayor. Él fue su mentor y marido; la pulió como una joya y la llevó al Monte Parnaso, donde refulgió entre las musas. Unos años después de su casamiento, Callas se propuso conquistar la Scalla de Milán, conocida como la catedral de la ópera. Pero no le resultó fácil. Primero la rechazaron porque el director, Arturo Toscanini, decía que no tenía buena voz. Para Callas, que había sido la reina de la Ópera de Atenas, el rechazo fue una afrenta tremenda. Por eso, casi como una venganza, se puso a trabajar para mejorar su técnica. Colgó en la pared una foto de la actriz Audrey Hepburn, que era su modelo de mujer y bajó 30 kilos. Luego llamó a un diseñador y le dijo: "enséñame a vestirme". Así, transformada en una lánguida diva, Callas consiguió en 1950 debutar en La Scala de Milán con tanto éxito que toda la catedral se rindió a sus pies. Ahí fue donde comenzaron a llamarla "La Divina". 

Trabajó con los más importantes directores del momento, como Luchino ViscontiLeonard Bernstein e incluso Pier Paolo Pasolini. Se convirtió en la estrella más rutilante de la ópera. Pero entonces, cuando ya estaba en el Olimpo, el amor tempestuoso e irracional hacia un hombre despreciable la arrastró sin remedio al inframundo. 

La caída 

En 1959 Callas que todavía estaba casada, conoció en Venecia al millonario griego Aristóteles Onassis. A diferencia de Meneghini, Onassis era un hombre rústico: petiso, de piel aceitunada, feo a más no poder, pero con una billetera abultada que le abría el corazón de las mujeres más bellas. Tenía el aspecto de un mafioso de los años 20: vestía con ropa oscura, anteojos gruesos y opacos y tenía un magnetismo mefistofélico sobre las mujeres. Callas cayó rendida a sus pies. Él no entendía nada de ópera (decía: "a mí me suena como a un montón de cocineros italianos gritándose recetas de rissotto") y no tenía modales. Incluso hasta denigraba a la diva. Pero, sin embargo, la cantante lo amaba hasta la locura. "Ignoraba lo que era el amor hasta que conocí a Onassis", le dijo una vez a una amiga. 

El final 

Tanto la diva como el millonario estaban casados. Pero, a diferencia de la cantante -que no dudó en abandonar a Meneghini para convertirse en amante de Onassis-, el empresario se negó a dejar a su esposa. Con los hijos del millonario que la hostigaban -le decían "la fea"- y una carrera en decadencia, Callas se mantuvo en su rol de amante con la esperanza de que Onassis finalmente se case con ella. Incluso tuvo un hijo con él que murió dos horas después de nacer.

Ese fue el inicio del fin. El 20 de octubre de 1968, Onassis se casó con Jackie Kennedy, asestándole a Callas la puñala mortal. 

Fracasada, sin hogar, sin hijos, sin contratos artísticos y sin amor propio aceptó -otra vez- ser el "la segunda" del millonario hasta el día en que este murió, el 15 de marzo de 1975. "De repente, me he quedado viuda", dijo ese mismo día. 

Tras la muerte de su único amor, Callas vivió prisionera en su casa de París. Gastaba las horas con su fiel empleada Bruna; jugaba a las cartas con la servidumbre, veía viejas películas de vaqueros; nunca respondía el teléfono y cada atardecer pronunciaba la misma frase: "Cada día de más, gracias a Dios, es un día de menos". Así llegó a su fin el 16 de septiembre de 1977. Tal vez murió, como Cio Cio San, cantando esperanzada "Un bello día veremos", el aria de "Madame Butterfly": "Pequeñita, mi pequeña esposa, perfume de verbena, guárdate tus temores, ¡Yo con segura fe lo espero!"

Su voz era casi luminosa
Para cualquier músico, el nombre de María Callas refiere a lo más alto de la historia de la música. No sólo ha sido una de las mayores cantantes del siglo XX, sino que fue una diva en toda la extensión de la palabra. Yo escuché mucho sus versiones de famosas óperas y siempre me asombró su timbre de voz que no tiene punto de comparación. Cada cantante, por supuesto, tiene una particularidad. Sucede lo mismo con el piano. El piano suena de una manera con Martha Argerich y de otra con Bruno Gelber. No mejor ni peor, simplemente de una manera singular. Lo mismo pasa con los cantantes. Y, en el caso de María Callas, su voz tenía cierta luminosidad y un tinte expresivo que no tuvieron otras grandes cantantes del siglo pasado. Ella, que no era bella y que no tenía un cuerpo agraciado, también fue un ejemplo de trabajo continuo y obstinado. No sólo a nivel profesional, sino también a nivel físico. Supo trabajar su voz y su cuerpo hasta convertirse en la diva que fue. Sólo comparada, en el sector masculino, con Enrico Caruso. Podría decirse que Callas se construyó a si misma. Y, desde el punto de vista interpretativo, también fue una grande. Le dio vida a muchísimos personajes de diversas óperas (sobre todo de las italianas) y siempre que los interpretaba, ocurría algo mágico: ella abrazaba al público con su voz y sus gestos. En eso se notaba su grandeza. El público quedaba hechizado cada vez que ella se plantaba en el escenario e interpretaba alguna aria de Verdi o de Puccini. Basta con verla en los videos y escuchar sus grabaciones para comprobarlo. Era única
María Callas es reconocida por todos los artistas de la lírica que nos inspiramos en ella con total admiración. Para nosotros es un hito trascendental en el desarrollo técnico y expresivo de la ópera. En mi caso es, también, un ejemplo de una soprano altamente profesional y comprometida con su pasión por la música. Y, claro, por el canto. A lo largo de su carrera tuvo altos y magníficos momentos de prestigio, en los que contaba con el cariño del público. Pero también tuvo una lucha personal, desde el punto de vista afectivo, que la fue sumiendo en la soledad más absoluta. Sin embargo, su legado no se ha visto opacado por su vida. Fue su final el que nos dejó con un final amargo en la boca.

 Por Gustavo Martinell
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